Cuando era niña leí una historia en un libro de cuentos que me impactó en ese entonces. Y aún hoy la recuerdo. Aunque es una historia sencilla, nos enseña grandes lecciones acerca del dominio propio, las consecuencias de nuestras malas acciones, el amor y el perdón. Contándolo a mi manera (y con ciertas añadiduras de mi parte), el cuento dice algo más o menos así:
Érase un niño que gustaba de hacer muchas travesuras. Pero no eran aquellas inofensivas travesuras comunes al comportamiento infantil. Él disfrutaba de molestar y hacer daño a otros, sin importarle las incomodidades, tristeza, enojo o verguenza que pudiese ocasionar a aquellos a quienes importunaba.
Un día, su padre pensó en ponerle fin a aquel mal comportamiento de su amado hijo. En ocasiones anteriores le había impuesto castigos y diversas disciplinas, pero nada parecía funcionar. Así que decidió mejor tramar un plan para apelar a su intelecto, conciencia y emociones.