CÓMO EXHORTAR AL PÚBLICO en una ministración musical

Cómo animar apropiadamente en una ministración musical.

Aquí hablaremos de ciertos puntos que un cantor debe tener en cuenta, a la hora de dirigir alabanzas a Dios, principalmente en un culto congregacional. Algo muy importante es exhortar de manera apropiada a los presentes, para animarles y motivarles a alabar y adorar a Dios.

Aunque esta es una tarea necesaria, en medio del tiempo ministración de alabanzas, hay que llevarla a cabo con sabiduría y gracia de Dios, además de hacerlo prudentemente. De no hacerlo así, en lugar de animar, podríamos terminar obteniendo resultados totalmente opuestos.

>>>

A. INTERACTUAR CON LOS PRESENTES, INVOLUCRÁNDOLOS EN LA ALABANZA Y ADORACIÓN.

Primeramente, un director de alabanzas no puede pararse al frente tan solo a cantar y cantar (aún por muy bien o muy precioso que lo haga), sin tener la más mínima interacción con el público. Y en ocasiones he visto a algunos cantantes cometer tal error.

La ministración de un tiempo de alabanza y adoración a Dios ha de ser lo más interactiva posible, involucrando a los presentes a participar desde ahí donde estén.

Recordemos que al dirigir el tiempo de alabanza y adoración a Dios no estamos haciendo una presentación musical, tal como un concierto de una orquesta sinfónica, por ejemplo.

En ese tipo de presentaciones artísticas se interpreta pieza tras pieza, sin que el público tenga ninguna interacción con la orquesta; y no se dice nada entre una pieza musical y la otra. Por lo general, en el panfleto o programa impreso que se le entrega a los asistentes al entrar al concierto, está toda la información acerca del director, los músicos y las piezas a interpretar. Por ello, el sistema a seguir en esos tipos de conciertos es que el público simplemente guarde un respetuoso silencio y escuche atentamente de principio a fin, como mero espectador. Al fin y al cabo, no se espera que los asistentes tomen parte activa en tal presentación; lo suyo solo es apreciar la música. Los aplausos y ovaciones se reservan para el final de las interpretaciones. Y en algunos casos, se acostumbra hacerlo solo al final del concierto.

Mas, en nuestro caso, es totalmente distinto.

Por naturaleza, debido a cómo somos los seres humanos, la mayoría de la gente tenderá, a primera instancia, tan solo a ver, a examinar alrededor y a ser un simple espectador, sin participar.

Pero lo que queremos nosotros es que el pueblo de Dios no sea tan solo un espectador; sino, más que todo, que se convierta en un participante de lo que hacemos; que se involucre de lleno en alabar y adorar a Dios conjuntamente con nosotros, los que estamos llevando a cabo la dirección de la ministración musical.

Por eso, de la persona que esté a cargo de dirigir, dependerá en gran parte el lograr que el espectador se involucre, se sienta a gusto y se integre, convirtiéndose entonces en un participante interactivo de la alabanza a Dios.

Pero, ¿cómo lograrlo? Bueno, para eso nos podemos valer de diferentes recursos, los cuales iremos viendo a lo largo del presente artículo.

Uno de ellos es exhortar según vaya siendo necesario, animando al pueblo de Dios a alabarle.

Por ejemplo, podemos traer a colación versículos de la palabra de Dios que nos motivan a rendirle alabanza, o que nos recuerdan la gratitud y el amor que le debemos a él y que sentimos por el Señor; versículos que nos hablan de las maravillas de Dios; de lo incomparable que es él, etc. Todo ello, con el propósito de concienzar y estimular en el sentir del pueblo aquella motivación por rendirle honor y gloria a Dios.

1. MOTIVAR INTELIGENTEMENTE.

Hay que motivar. Claro que sí. Pero... ¡por favor! ¡Hagámoslo inteligentemente!

Y espero que nadie me mal entienda por lo siguiente que voy a decir, pues no lo digo en sentido de burla ni nada parecido:

Motivar desde un altar no se trata simplemente de gritar unos cuantos: "¡Aleluya!, ¡Gloria a Dios!" "¿Cuántos están gozosos?" "¿Cuántos dan un fuerte: ¡Gloria a Dios?" "¿Cuántos están listos para danzar?" "¿Cuántos pueden dar un grito de júbilo?"

Motivar tampoco se trata de aquellos estribillos responsoriales que todos los cristianos conocemos hasta la saciedad, tales como: "¿Quién vive? ¡Cristo! ¿Y a su Nombre? ¡Gloria! ¿Y a su gloria? ¡Más gloria! ¿Y a sus hijos? ¡Victoria!" "¡Si eres salvo, di...! ¡Amén!" "¡Dios es bueno...! ¡Todo el tiempo! Y ¿todo el tiempo...? ¡Dios es bueno!"... y cosas así por el estilo. No digo que no podamos decir esas frases. Claro que podemos. Y yo también en algún momento lo he hecho.

Lo que estoy tratando de explicar aquí es que algunos que dirigen alabanzas toman esas frases como "estribillos" o "muletillas" ya como costumbre, al punto en que lo usan como parte casi automática de su repertorio de exhortación. Y abusan tanto de eso que a veces da la impresión de que algunos dijeran esas cosas solo para "rellenar espacio", simplemente, porque no saben qué más decir. Ahí es en donde está el problema.

Hay frases que alguien habrá acuñado alguna vez en un altar y que se convirtieron en todo un "slogan". Tal es aquel "clásico": "¿Cuántos trajeron sus manos? ¿Cuántos trajeron sus pies? ¿Cuántos trajeron todo su ser?".

Al respecto, recuerdo que en la década de los 80 y 90 Juan Carlos Alvarado popularizó estas emblemáticas frases en sus presentaciones musicales. Claro está, siendo él un ministro con una gracia especial de Dios y cuya ministración se movía bajo una impartición de unción, adoración y gozo, esas palabras iban también con gracia de Dios y causaban el efecto positivo que se esperaba; incluso resultaban algo cómicas y hasta ingeniosas, sacándoles una sonrisa a los presentes. Y desde ese entonces, hasta el día de hoy, esas frases han pasado a ser parte del léxico "casi obligado" de infinidad de ministros de alabanza.

Hay algunos cristianos a quienes estas frases no les resultan tan acertadas que digamos. He escuchado a gente de las congregaciones decir que esas frasecitas no les parecen muy inteligentes, puesto que, obviamente, nadie dejaría olvidados en casa ni "sus manos", ni "sus pies", ni mucho menos, "todo su ser". El sombrero o la cartera... quizás. Pero nunca lo otro. Y no podemos negar que tal razonamiento tiene mucho de cierto. Pero creo que tampoco hay que ser críticos, hasta ese extremo.

A mí, en lo particular, no me molesta escuchar tale frases (siempre que no abusen de ellas, pues a veces cansa escuchar siempre lo mismo y solo eso de un cantante). En realidad, cuando alguien dice esas frases, en son de animosidad, yo las tomo en el buen sentido que tienen y respondo animosamente; pues tampoco podemos ser severos ni amargados cuando vamos a rendir alabanzas al Señor. Hay que también ser un poco "como niños".

Más bien, lo que quiero dar a entender con todo esto es que ese tipo de frases (o cualquier otra), dicha con toda la buena intención de animar a los presentes, podrían no resultar tan impactantes como el cantor esperaría; a menos que sean lanzadas con la gracia del Señor. Y por supuesto, que no sean frases que el cantor usa cada vez que está en un altar; simplemente, porque no sabe qué más decir.

Si la alabanza, gratitud, admiración y amor por Dios, así como el gozo abundan en nuestro propio corazón, todo eso será como una fuente de donde brotarán palabras de alabanza al Señor y de certera exhortación para el pueblo; ya que Dios mismo será nuestra inspiración, y no nos faltarán palabras para engrandecerle y para animar a otros a hacerlo. Bien dice el salmista:

“Rebosa mi corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto; mi lengua es pluma de escribiente muy ligero.”

Salmo 45:1

Debemos siempre procurar que toda palabra que salga de nuestra boca sea dirigida por Dios, escogida con sabiduría y sazonada con la gracia de Dios, para que así ésta sea útil para la edificación de los oyentes.

"Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes."

Efesios 4:29

2. EXHORTAR A TRAVÉS DEL EJEMPLO PROPIO.

Aún por mucho que queramos exhortar a la gente, recordemos que LA MEJOR EXHORTACIÓN ES A TRAVÉS DE NUESTRO PROPIO EJEMPLO, DE NUESTRA PROPIA ACTITUD.

Si el pueblo ve que realmente y con sinceridad estamos alabando y adorando a Dios, esto entonces los moverá a ellos a hacerlo también. Es más, nosotros mismos vamos ayudando así a "construir" un ambiente de alabanza.

No podemos pretender que la gente ante la cual estamos ministrando alaben con gozo al Señor, si nosotros mismos, estando al frente, no lo estamos haciendo.

He visto demasiados ministros de alabanza que se paran al frente a cantar con una cara tan seria o con una expresión tan dura del rostro, que pareciera que no fueron bautizados en agua, sino en limón. No concibo cómo pueden cantar con cara de amargados: "Yo tengo gozo en mi alma, gozo en mi alma.y en mi ser.. Es como ríos de agua viva en mi ser...!" Cuando uno los mira, no puede evitar notar que no hay congruencia entre lo que sale de sus labios y la expresión de su rostro. Como bien alguien ha dicho por ahí: "No eres culpable de la cara que tienes, pero sí de cómo la pones"

Otros directores de alabanza cantan: "Levanta tus manos, tu victoria llegó, comienza a cantar y alaba a Dios, alaba a Dios, alaba a Dios, alaba a Dios..." Pero mientras tanto, ellos se quedan impasibles, como si nada, y no son capaces de levantar siquiera un solo dedo en alabanza a Dios. Me pregunto yo: ¿cómo pretenden que la gente alabe a Dios efusivamente, si ellos mismos no muestran pasión en lo que hacen?

Por otro lado, he visto cómo resulta muy fácil para ciertos cantores (cuando dirigen un tiempo de adoración a Dios) indicarle a la congregación, por ejemplo, que se pongan todos de rodillas o que se postren sobre sus rostros. Sin embargo, ellos mismos, que están al frente y fueron quienes pidieron a la gente hacerlo, se quedan firmes como un roble, cómoda y muy orgullosamente de pie en el altar. Particularmente, no veo eso bien. A menos que ese cantor tuviese algún tipo de discapacidad o dolencia que les impida postrarse ante el Señor, no veo por qué razón, si él fue quien le indicó al pueblo arrodillarse, no empieza por hacerlo él mismo primero, para dar el ejemplo y que el pueblo entonces lo imite a él.

Dirigir implica, entre otras cosas, MOSTRAR el camino o la manera de hacer las cosas. Y qué mejor manera de hacerlo, que DANDO EL EJEMPLO.

Además, hay maneras de decir y hacer las cosas. Una cosa es instar o exhortar a la gente a que se sienta en libertad de hacer algo, si así lo sienten. Y otra cosa es indicarle expresamente que tienen que hacerlo, casi como si fuese una orden. Pienso que un ministro de alabanza puede instar a la gente a que se arrodille delante del Señor, si así lo creyó oportuno. Pero eso, siempre y cuando él mismo empiece por hacerlo, como ejemplo y como muestra de su propia humildad. Caso aparte, claro está (y como ya mencioné), sería que por motivos de salud o discapacidad física, a ese cantor se le haga imposible postrarse sobre sus rodillas.

Un lindo ejemplo de hacer uno mismo primero las cosas para que luego los demás las hagan, lo vemos en el rey Salomón, el día de la dedicación del templo:

“Se puso luego Salomón delante del altar de Jehová, en presencia de toda la congregación de Israel, y extendió sus manos. …Se arrodilló delante de toda la congregación de Israel, y extendió sus manos al cielo, y dijo: Jehová Dios de Israel, no hay Dios semejante a ti en el cielo ni en la tierra…

Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa.

Cuando vieron todos los hijos de Israel descender el fuego y la gloria de Jehová sobre la casa, se postraron sobre sus rostros en el pavimento y adoraron, y alabaron a Jehová…”

2 Crónicas 6:12,13,14; 7:1

“Cuando acabó Salomón de hacer a Jehová toda esta oración y súplica, se levantó de estar de rodillas delante del altar de Jehová con sus manos extendidas al cielo; y puesto en pie, bendijo a toda la congregación de Israel, diciendo en voz alta: Bendito sea Jehová, que ha dado paz a su pueblo Israel…”

1 Reyes 8:54-56

(Pasaje completo: en 2 Crónicas 6:1-42; 7:1-10. También en 1 Reyes 8:12-66).

Podemos ver aquí que el propio rey de Israel tuvo un corazón sencillo y humilde para postrarse delante del Señor, en presencia de todos sus súbditos, reconociendo así, ante todo el pueblo, el Señorío de Aquel que es mayor que él y que reina por encima de él.

Aquí NO se nos dice que él le dijo o mandó a la gente a postrase ante Dios. Simplemente lo hizo él, porque así decidió hacerlo; y al hacerlo, puso el ejemplo. Vemos que después de esa larga oración que Salomón hizo a Dios estando de rodillas, cayó la gloria de Dios sobre el templo. Y al ver eso, entonces, toda la gente, sin que nadie tuviera que indicarles hacerlo, se postró también delante del Señor, alabando y adorando a Dios.

3. EXHORTAR, PERO NO ESTORBAR.

Por otro lado, aunque es bueno y necesario exhortar, tampoco podemos irnos al otro extremo de hablar, hablar, hablar y hablar. Recordemos que un director de alabanza no está allí para predicar, sino para cantar.

He visto ciertos cantores que, la mitad del tiempo que se les asigna para la alabanza, se la pasan en exhortar y aconsejar al pueblo para que, según ellos, puedan alabar al Señor de una manera más profunda. Entonces empiezan a contar toda una larga historia o a sermonear sobre el tema, de tal manera que produce un efecto contraproducente en el pueblo de Dios. Es como si trataran a la fuerza de convencer a la gente de alabar a Dios, lo cual no es humanamente posible. Recordemos que no es por ciencia ni por fuerza, sino por su Santo Espíritu (Zacarías 4:6).

Por supuesto que hay que exhortar, pero sin abusar de ello, pues más que animar, lo que podemos causar es cansar a los hermanos con tanta palabrería, al punto en que lleguen a pedir a gritos dentro de sí: "¡Ya para, por favor, hermano...! ¡Canta, canta ya, por favor...!"

Ni siquiera el mismo Señor obliga a nadie a alabarle; quien le alaba, lo hace a voluntad, con amor y de todo corazón.

Recordamos que no está en nosotros persuadir ni convencer al pueblo. Lo único que podemos hacer es exhortar con sabiduría en el momento oportuno y ser ejemplo de lo que es un verdadero adorador; lo demás, es asunto de Dios para con ellos.

4. NUNCA REGAÑAR, CRITICAR NI REPROCHAR A LOS PRESENTES.

A veces algunos ministros de alabanza toman tan a pecho el hecho de que el pueblo no esté alabando a Dios como ellos quisieran, que llegan al punto en que se sienten ofendidos y se enojan, con una mal llamada “ira santa”; como si se tratase de que a ellos es a quien fuera dirigida la alabanza.

Nadie más que el mismo Señor estará interesado en que le alabemos. Y en tal caso, si el pueblo no le alaba, el ofendido debería ser Dios y no el cantor.

El constituirnos en fiscalizadores para regañar y sermonear al pueblo de Dios durante la alabanza es totalmente contraproducente y levanta una pared de disgusto entre la congregación y el ministro; en la cual el pueblo se predispone contra el cantor y le es aún más difícil entonces recibir la ministración de Dios para su vida.

La mejor forma de exhortar a alabar a Dios, tal como mencionamos hace poco, es primeramente con nuestro propio ejemplo de cómo alabamos y adoramos a Dios, con nuestra actitud y en lo que personalmente le decimos a Dios cuando le alabamos y adoramos.

Además de ello, se puede exhortar al pueblo con amor y respeto, manifestándoles toda la belleza que hay en el Señor; alentándole a ellos también a exteriorizar lo que sienten por Dios y a descubrir la hermosura y bendición que implica alabarle y adorarle.

Es decir, hay que apelar a su interior, a su espíritu, a su alma, a su entendimiento e incluso, a sus emociones; pero nunca, nunca regañar, pues no somos quiénes para hacerlo.

Lo que tenemos que hacer es levantar al Señor a través de nuestra alabanza y adoración, mostrándole al pueblo quién es Dios. Cuando ellos vean al Señor de esa forma, entonces entenderán y querrán también rendirle honor a Dios.

Recordemos las palabras del propio Señor Jesucristo (que aunque se refería a que él iba a ser levantado en una cruz, también son aplicables al contexto de lo que estamos hablando aquí):

“Y yo (Jesús), si fuere levantado..., a todos atraeré a mí mismo.”

Juan 12:32

Es decir, nos toca levantar a Jesucristo. Y al hacerlo así nosotros, él mismo se encargará de atraer a todos a sí mismo.

Ahora bien, solo si fuere el caso de que recibamos en un momento dado la dirección expresa de Dios de llamarle la atención al pueblo en alguna forma, entonces más nos vale estar totalmente seguros de que eso viene de parte de Dios y no de nuestras emociones, sabiendo que contamos con Su autoridad, respaldo y dirección para hacerlo en el momento preciso y de la forma en que él nos lo indica.

Y hacerlo con autoridad no significa ser prepotentes, groseros o altivos, pues siempre hay que tener presente el hacerlo con amor y ante todo, con respeto hacia nuestros hermanos, como personas que son. Recordemos que no somos los papás de la gente en la congregación, para andar regañándolos. Eso, a nadie le gusta ni le cae bien.

Así que si vamos a llamarle la atención al pueblo, eso ha de ser la excepción, no la regla (como algunos cantores acostumbran). Y hemos de hacerlo adecuadamente. Pero, vuelvo y digo, eso solamente si el Señor explícitamente nos indica hacerlo. Sino es así, mejor es que exhortemos siempre con nuestra actitud y con nuestro propio ejemplo, pero nunca, que regañemos.

5. DIOS ES QUIEN HACE LA OBRA, NO TÚ.

Por último, y quizás lo más importante de todo: recordemos que no somos nosotros los que hacemos la obra, sino Dios.

Al pararnos en un altar como directores de alabanza, de poco nos servirá poner en práctica todas las herramientas humanas, tener mucha técnica y psicología para saber cómo tratar a la gente, usar de mucha preparación y metodología, ser cantantes idóneos y experimentados o tener gran carisma natural, si no tenemos la unción de Dios en nosotros, la cual puede más que todo lo demás junto.

Tomémonos siempre el tiempo para estar en la presencia del Señor en lo secreto. He allí el secreto.

"Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público."

(Mateo 6:6).

"Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará."

(Salmos 37:5)